POESÍA

             


 

                  VÍSPERAS.

Mañana será la boda.

Hoy está ya anocheciendo.

Los novios y dos amigos,
compañera y compañero,
risas y cantos por fuera,
con preocupación por dentro,
escoltados por chiquillos,
están recorriendo el pueblo.

Mañana será la boda.
Eso anuncia el compañero
que lanza cohetes al aire,
brillante estela y estruendo.
Corren raudos los chiquillos
para recoger los restos
que de una u otra manera
les sirvan para sus juegos.
Asustados, temerosos,
buscan cobijo los perros.
Las cigüeñas de la torre
escapan alzando el vuelo.

Mañana será la boda.
Eso es lo que anuncian ellos.
Aunque de modo privado
invitaciones ya hicieron,
hoy quieren públicamente
dejar claro al pueblo entero
quiénes son sus invitados
para asistir al evento.

Mañana será la boda.
Sigue avanzando el cortejo.
Llega a puertas entreabiertas
que ya esperan el momento,
pastas dulces y licores,
de hacer buen recibimiento.
Y después, tras breve charla,
otra puerta y otro encuentro.
Mañana será la boda.
Que lo sepa todo el pueblo.

Patrocinio Berrocal Román.
 


 EL NIDO DEL CARBONERO

Sentados sobre la hierba,
charlando, varios vaqueros
observan cómo sus vacas
cerca de “La Fuente el Valle”
tierna hierba están paciendo.
No muy lejos un chiquillo
busca nidos en los huertos.
Viendo cómo un pajarillo,
un pajarillo muy negro,
se ha introducido en un pozo,
hacia allí se va corriendo
y, ya en la boca del pozo,
inspecciona lo que hay dentro.
El niño sabe que el nido
se encuentra en un agujero
del empedrado del pozo
y tiene pájaros nuevos
de colirrojos tizones,
apodados carboneros,
tan grandes “como la madre”,
pájaros ya volanderos.

No conviene esperar más.
Tiene que meterse dentro
del pozo, como él ya sabe,
que en la tarea es experto.

Y cuando, dentro del pozo,
ya ha cogido un carbonero,
otro se quiere marchar,
iniciando un torpe vuelo.
El niño para impedirlo
realiza un movimiento
indebido y se resbala
y al agua cae al momento.

-¡Vaya, Dios, qué fría está!
Me parece que me muero
si no consigo salir.
Menos mal que toco suelo
y que el agua no me cubre.
Comenzaré ya el ascenso.

Mas, aunque intenta subir,
ve que falla en el intento,
porque sus pies y sus manos
se muestran flojos y lentos.
Por el frío no responden
a lo que, insistente, pide
con urgencia su cerebro.

¡Socorro, que alguien me ayude!
Casi a modo de lamento,
pide y pide sin cesar
la ayuda de algún vaquero
de los que están en El Valle.
Y por suerte aquel intento
de ser oído por otros
dio sus frutos. Un vaquero
que sus vacas en el prado
cuidaba, escuchó el lamento.
El vaquero dio el aviso
a sus otros compañeros.

Una soga que alguien vio
en algún lugar del huerto
que estaba atada a una herrada
que servía para el riego,
descendió sobre el muchacho
que ató la soga a su cuerpo,
para después dejar todo
en manos de los vaqueros.
Éstos sacan al muchacho
con no demasiado esfuerzo.
¡Vaya susto te has llevado!,
riendo, dijo uno de ellos.
Y el niño le respondió:
menos mal que quedó en eso.

Patrocinio Berrocal.


           A MI TÍA IRENE.

Hoy quiero a mi tía Irene
solamente agradecer
el gran ejemplo dejado,
por su sabio proceder,
en su modo de afrontar
las duras adversidades
que tuvo que soportar.

En su infancia y juventud,
muchos hermanos,
poco dinero,
salud precaria,
duros trabajos.
Se estrena como casada
en un lugar solitario.
Y van llegando los hijos
en un número elevado.
La ceguera de una hija,
fruto de un error humano.
Muerte de un hijo varón
por un tractor aplastado.
El derribo de su casa
por un río desbordado.
La muerte de su marido
de enfermedad aquejado.
Muerte del hijo mayor;
moto, coche, fallo humano.
Y “la guinda del pastel”;
parece que despistado,
muerte del hijo menor
en accidente causado
por él solo, sin que nadie
se lo hubiera provocado.

No fue ni encina ni roble;
sólo junco de pradera
que se dobla y se cimbrea,
soportando los ataques
de vientos huracanados,
mas se levanta de nuevo,
si los vientos se han calmado.


Patrocinio Berrocal.

QUÉ TRISTE.

Qué triste es para esta tierra
ver cómo se van los nuestros.

En épocas ya pasadas
nuestras madres no tuvieron
otro sino que engendrar
y parir, (vástagos nuevos),
unos hijos que tuvieron
la desgracia de llegar
al mundo en un mal momento.
Muchos de ellos fracasaron,
quedándose en el intento,
sin ni siquiera poder
llegar a "pájaros nuevos".
Otros, más afortunados,
llegaron a volanderos
y tuvieron que marchar
a formar su propio nido,
buscando nuevos senderos,
a otros lugares de España
y también al extranjero.

Qué triste es para esta tierra
ver cómo se van los nuestros.

Metiendo en  pobres maletas
sus escasas pertenencias
y sus abundantes sueños,
dejando atrás sus familias,
sus amigos, sus recuerdos,
en algún "coche de línea"
abandonaban su aldea,
o su ciudad, o su pueblo.

Qué triste es para esta tierra
ver cómo se van los nuestros.

Ahora, estando en otras tierras,
la mayoría de ellos
a esta su querida tierra
tienen en sus pensamientos;
la recuerdan con nostalgia;
la recuerdan con afecto.
También aquí somos muchos
los que pensamos en ellos;
los sentimos como propios,
los sentimos como nuestros.
Especialmente, si allí,
en el lugar al que fueron
no son bien considerados,
tan sólo por "no ser de ellos".

Qué triste es para esta tierra
ver cómo se van los nuestros.

Entretanto, en esta tierra
algunos de nuestros pueblos
se están quedando sin gentes,
de tal modo que sospecho
que, de no cambiar las cosas,
no ha de pasar mucho tiempo
para que no quede nadie
y sean sólo un recuerdo.

Qué triste es para esta tierra
ver cómo se van los nuestros.

Y entonces serán sus ruinas,
(piedras, adobes, cemento),
las que darán testimonio
con  clamoroso silencio
de que una vez hubo allí
vitalidad en el pueblo.

Qué triste es para esta tierra
ver cómo se van los nuestros.

Patrocinio Berrocal Román.
                       
 NOCHES DE OTOÑO E INVIERNO.

Noches de otoño e invierno,
de mi ya lejana infancia
os recuerdo frías,
os recuerdo largas,
solamente soportables
por el calor de la lumbre
y por las amenas charlas
de las personas mayores
que alegraban las veladas.

Nada más anochecer
la familia se ocupaba
en dar comida a la hacienda
en distintas dependencias
de una muy modesta casa:
a marranos, en pocilgas,
a ovejas, en las tenadas,
y en pequeños comederos,
a dos mulas, una burra
y también a alguna cabra.

Y después, ya en la cocina,
veo una lumbre formada
con una poca de leña
y medio saco de paja.
Por encima de la lumbre,
por las llares soportada,
una caldera de cobre
contiene abundante agua.
Con sus patas en la lumbre
panzudo pote se halla.
En él hierve a fuego lento
pobre guiso de patatas.
Un humo blanco y espeso
desde la lumbre se alza.
Se va por la chimenea,
de negro hollín tapizada.

Alrededor de la lumbre
la familia está sentada,
sobre  escañil de madera
y algunas sillitas bajas,
contándose unos a otros
cómo ha sido la jornada.
-Han nacido dos corderos,
viniendo ya para casa;
uno, en Los Tejos;
otro, en La Baña.
-La burra me la jugó.
Se quitó la cabezada
y se fue corriendo sola
y a mí me dejó tirada.
Tuve que venir andando,
tirando yo de la carga.
-A mí todo me fue bien
y, antes de lo que esperaba,
ariqué las dos del Trece
y una de Las Cuatro Hermanas.

Y, tras la cena,
continúa la velada.
Algunos siguen charlando,
otros juegan a las cartas.
La madre teje
jersey de lana.
Y, ya avanzada la noche,
“Hasta mañana, si Dios quiere,
que descansen bien
y pasen buenas noches”
me voy contento a la cama.

Patrocinio Berrocal


   A MI TÍA IRENE.

Hoy quiero a mi tía Irene
solamente agradecer
el gran ejemplo dejado,
por su sabio proceder,
en su modo de afrontar
las duras adversidades
que tuvo que soportar.

En su infancia y juventud,
muchos hermanos,
poco dinero,
salud precaria,
duros trabajos.
Se estrena como casada
en un lugar solitario.
Y van llegando los hijos
en un número elevado.
La ceguera de una hija,
fruto de un error humano.
Muerte de un hijo varón
por un tractor aplastado.
El derribo de su casa
por un río desbordado.
La muerte de su marido
de enfermedad aquejado.
Muerte del hijo mayor;
moto, coche, fallo humano.
Y “la guinda del pastel”;
parece que despistado,
muerte del hijo menor
en accidente causado
por él solo, sin que nadie
se lo hubiera provocado.

No fue ni encina ni roble;
sólo junco de pradera
que se dobla y se cimbrea,
soportando los ataques
de vientos huracanados,
mas se levanta de nuevo,
si los vientos se han calmado.

Patrocinio Berrocal.

  ÚLTIMA NOCHE DE AGOSTO.

Son las doce de la noche.
Medio dormido me encuentro.
Salgo a cerrar los portones
y las puertas de mis huertos.
Moneda grande de plata,
la luna manda en el cielo,
orgullosamente ufana,
sobre el cerro del Piñedo.
Tan sólo unas nubecillas,
pretenden con gran esfuerzo,
plantarle cara a su luz,
pero fallan en su intento.
Cuando salgo me recibe,
con callada bofetada,
sobre mi rostro un silencio
que se me antoja pesado,
que se me antoja molesto,
un silencio que otras veces
encontraba placentero.
Es un silencio alargado,
tan profundo, tan intenso,
que pienso que estoy soñando,
o que estoy en otra vida,
o en otro mundo me encuentro.
Me dice que no es así,
que estoy vivo, que no sueño,
el estridente  sonido
de un alacrán cebollero
que irrumpe, sin previo aviso,
para romper el silencio.
Y este silencio me dice
que ya sólo es un recuerdo
lo vivido en el verano
por las gentes de este pueblo.

En los meses de verano
deja de estar muerto el pueblo
y muestran un rostro elegre
 La Cañada y El Piñedo,
porque hay niños en el parque,
bulliciosos y contentos.
Porque un semblante gozoso
se refleja en los abuelos
que agradecen la presencia
de hijos, nietos y bisnietos.

Ahora agosto se despide
y se lleva por entero
de las casas, de las calles
y plazuelas de mi pueblo,
ruido, bullicio, alegría,
jolgorio, divertimento.
Y este silencio me grita:
“¡ los de fuera ya se fueron!.
Con muy pocas excepciones,
ya sólo quedáis los viejos”.


Patrocinio Berrocal.


EN VALDEPERDICES 
 MAÑANA TRAS UNA TARDE DE LLUVIA.

Es temprano, todavía
hay en el cielo un lucero.
Luchan luz y oscuridad,
cuando yo salgo a mi huerto.
Por eso demando ayuda
de luminosos inventos.
La lluvia caída ayer
ha dejado todo nuevo.
Se respira un aire puro,
se respira un aire fresco.
Reina una profunda calma,
se escucha sólo el silencio.
Caracoles y babosas
vuelven a sus “guardaderos”
dejando sobre el cemento
alargados, relucientes,
resbaladizos senderos.
Como no puedo hacer nada
decido esperar y espero
sentado, apoyado al tronco
grueso del viejo ciruelo.
Pasados unos minutos,
anunciándose en el cielo
con resplandores rosados,
media naranja gigante
asoma por El Piñedo,
proyectando larga sombra
sobre las casas del pueblo.
De la tierra humedecida,
como si estuviera ardiendo,
se eleva pausadamente
humo blanco, poco espeso.
Las plantas están llorando
gotas de rocío nuevo,
donde los rayos del sol
fabrican reflejos bellos.
Pasada ya media hora
se alza, triunfante, en el cielo
el astro rey, reluciente,
flechas de luz despidiendo.
Se va, huyendo, la humedad.
Cambia de color el suelo.
El silencio, ya no es tanto.
Se va despertando el pueblo.
De una nave no lejana
llega nítido el balido
quejumbroso de un cordero
que a su madre solicita
compañía o alimento.
Y de una zona alejada,
del otro lado del pueblo
llegan como con sordina
los ladridos de dos perros.
Me gustaría saber
qué es lo que se están diciendo.
Y de repente se escucha
cerca de mí el cacareo,
estridente y destemplado,
lanzado a los cuatro vientos
de dos gallinas ufanas,
diciendo que han puesto un huevo.
Procedente de la calle,
llegan con prisa, corriendo,
mis gatitos, asustados,
huyendo de un gato negro
que, al verme a mí y a las gatas,
para qué os quiero patas,
a su vez se marcha huyendo.
Me sonrío y me levanto.
Empiezo a pensar y pienso
que de iniciar mis tareas
ha llegado ya el momento.

Patrocinio Berrocal.                                       


OTOÑO

Se desnudaban lentamente
en la ribera
los árboles frondosos,
y la tristeza llenaba,
con sus grises otoñales,
la vereda.
Tu vida es la ribera
perdiendo, día á día,
primaveras.
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                  Desiderio 


AL CRISTO DEL AMPARO
(Zamora)

Tienes el cuerpo salpicado de amapolas,
lentamente despojándose
hacia tierra,
símbolo radical de amor al hombre
en su ceguera.
Has derramado, en sangre, sobre el mundo
que, horas antes, en el Huerto,
entre angustias aceptaste.
Es tu sangre amor en riego
sobre campo de trigo en primavera,
donde, en tiempo exacto,
crecerán las amapolas, salpicando
los amarillos campos,
como estrellas heridas de martirio.
Esparciste la semilla de tu amor
en abundancia
lanzándola, en voleo generoso,
sin reparto preferido, en la besana;
que los brazos disparados de tu pecho,
se prolongan rectamente indefinidos
abrazando al universo.
Amor infinito es tu calvario
y dolor infinito tu martirio.
Dolor, amor, amor, dolor...
rectas en ángulo que encierran
la vida del hombre en su destierro.

                          Desiderio Macías.

EL VIENTO QUE CLASIFICA
               (Recordando a León Felipe)
Ese viento que pasa
rápido, continuo y fresco,
es como un látigo indefinido,
sin tiempo.
Todo lo mueve, lo lleva y lo trae
sin el mínimo respeto:
las verdes ramas  bien sujetas
al tronco enhiesto,
las hojas secas, maltratadas,
heridas en sus colores yertos,
llevadas en volandas,
en invisibles manos
y etéreos dedos.
¡Ay el  viento libre
sin orden ni concierto,
sin poder que lo detenga,
lo amanse y lo civilice
como a un salvaje fiero!
Que cambia de lugar las cosas
sin esencia, sin aroma, sin peso;
que remueve, que limpia, que recoge,
como en un estercolero,
lo que fue belleza
en sus colores vivos, nuevos
en la bella primavera.
¿Qué sería de mí
 sin el empuje del viento
que, de vez en cuando, azota
mi rostro, mis blancos cabellos,
que me despierta haciéndome consciente
de  que existo, de que tengo
una vida, poca vida, limitada
por le tiempo?
Azótame, despiértame
¡Oh viento, amigo viento!
         
  Desiderio Macías.


BOCHORNO

Un gorrión en el tejado.
Al fondo, nubes oscuras
van pasando,
y los chicos, en el pupitre,
miran "santos".
Es un bochorno que agota
los cuerpos agalbanados.
Los pájaros estremecen
su plumaje remendado
y parlotean, a veces,
solitarios.
Un chiquillo se ha dormido
sobre el banco.
No se mueve ni una hoja
de acacias ni de castaños.
Silencio en tarde caliente
que agota un bachillerato.

          Desiderio Macías.


EL JUEGO DE DIOS

Y llega la penumbra con la brisa
al atardecer de primavera,
revolviendo, acariciante,
la arboleda tierna,
y ciega los colores
que, al alba juvenil,
resplandecieron.
Y se lleva la brisa las esquilas
monótonas del valle,
y la luz que besaba, que encendía
y calentaba, que, encelando
procreaba dando vida.
El zumbido colmenero
quedaba adormecido, controlado.
La penunbra, con la brisa unida, sin
espacio,
lo borraba todo, acallaba todo
anestesiando.
Sólo la brisa jugaba, suave,
entre las hojas de los chopos, tiernas,
junto al río que ríe y rueda largo, incansable,
en luz y en sombra,
hacia la nada eterna.
La luz y la tiniebla,
en un juego infinito
de quitar y de poner,
en batalla interminable,
en persecución indefinida
alrededor de la esfera,
incansables.
Y tú Señor, riendo
con tu juego cariñoso, amable.
¡Qué máquina la tuya
más extraña que hace y
deshace la falla artesanal
y la rehace, a la mañana,
perfecte, exacta!
Recoges, al anochecer, mi vida,
y la guardas y me la guardas;
y al llegar el día,
me la devuelves intacta,
cuando la luz primera
golpea, insistente, a mi ventana.
Y me ofreces, sonriente,
otra vez, de nuevo,
el mapa abierto a la esperanza,
al color, al aire fresco,
al río que se escapa, al huerto quedo,
a la amistad que te alcanza
a ti, Señor y Amor.


Desiderio Macías

EL FINAL
Despojado de todo,
sin yunque de fragua golpeando,
cerrados en socuridad profunda,
están los pensamientos, los suspiros,
los sentidos temporales
y su tiempo.
Todo es silencio y mármol,
todo es eterno y todo nada
allí abajo, a metro y medio,
y olvidado.
Jarrones de flores perfumadas
de este tiempo, en superficie,
sobre frontal cristiano. Todo
es sombra y quietud abajo.
Todo es frío y soledad oscura.
Arriba seguirán llorando
por un tiempo que se va,
como sombra oscura anocheciendo.
Luchar para vivir, en tiempo fijo,
sin aviso del tiempo exacto,
para irse sin tetorno, al camposanto.

Desiderio Macías.

PRIMAVERA
Primavera del agua, primavera,
explosión de arcos-iris arrastrados,
concierto natural de ríos, aves, brisas,
que inundan los espacios.
Primavera del árbol, primavera,
explosión generosa de perfumes
y de almíbares que, pronto diluidos,
llenando van de ambrosía
el lancho campo.
Primavera en la altura, primavera,
donde el viento se hace alas
bajo azul acampanado,
que el sol recorre iluminando,
haciendo caminos nuevos
y nuevas formas creando.


Desiderio Macías
   A UNA MADRE

“Al niño le ha dado algo”,
dijo la madre angustiada.
“No sujeta la cabeza,
su mirada está apagada”.
¿Por qué, mi Dios, lo permites?
¿Por qué, mi Dios, no haces nada?”

Tenía sólo unos meses,
cuando la polio malvada
en las neuronas del niño
clavó sus punzantes garras.
"¿Por qué, mi Dios, lo permites?
¿Por qué, mi Dios, no haces nada?”.

¿Fue ese Dios, que permitía
movilidad limitada,
pronunciación casi nula
y comprensión tan escasa,
el mismo que concedía
a la madre fuerza tanta
para que cuidara al hijo
con atención esmerada?

Indudablemente rota
y por dentro destrozada,
a los demás y a su hijo
su gran dolor ocultaba.
En sus labios, la sonrisa;
en ojos, mirada clara;
todo en ella era alegría,
amabilidad, templanza.

Siendo niño le pedí
a mi madre me explicara
por qué la “señá” Virginia,
“con todo lo que pasaba”,
"con todo lo que tenía",
siempre alegre se mostraba.

Mi madre me respondió:
“hijo, porque es una santa.
¡Cuántos con menos motivos
a los altares los alzan!”

Un mal día ese su Dios,
que poco bien la trataba,
al mayor de sus apoyos,
sin ser demasiado viejo,
de su lado arrebataba.

Y un mal día ese su Dios
de Virginia se acordaba
y, cuando más falta hacía,
de este mundo la llevaba.
Y entonces ella se fue
sencillamente, callada,
sin emitir ruido alguno,
sin decir ni una palabra.

Como dormida, en su lecho
fue encontrada una mañana.
Muy sola en su soledad,
se marchó de madrugada,
dejando a su lado, solo,
al hijo que tanto amaba.

Ella se fue, mas dejó
ejemplo en su propia casa.
Y así supieron coger
el testigo de la santa,
para seguir avanzando
y hacer que al hijo impedido
nunca le faltara nada.

(Patrocinio Berrocal)

AL FINAL DEL CAMINO
(dedicada a los que nos dejaron)
Errante, los relojes
fui dejando en el polvo
sangrante de mis días
calcinados al sol.
Y pisé la arena final
de mis horas nubladas,
solitarias, que preguntan
con interrogantes oscuros,
misteriosos.
Los caballos del agua bramaban,
llegando, amenazantes, a mis pies;
huían y volvían, insistentes, respetando.
Y yo, de pie, sorbiendo la sal
y el viento, esperando
que llegase el Cristo del océano
y me tomase; y así, seguro,
me llevase hasta otras playas,
para ver los arco iris sin tiempo,
sin espacio, sin ficción, sin medida,
simplemente verdaderos.

Desiderio Macías

¿QUIÉNES SOMOS?

¿Quién soy yo?
¿un ser de la mañana,
un ser del mediodía,
un ser de sombra proyectada?
Las tres soy sin diferencias:
La mañana suavemente proyectada
sobre la arena nueva,
fría, inconsciente e inconcreta,
sobre el campo febril de primavera.
El mediodía recogiendo velas
acortando mi utopía,
razonando, comillando las ideas,
alambicando, gota a gota, decisiones
pormenores, ocurrencias.
Y soy la tarde larga, indefinida,
con tensiones de velas al poniente
en recta proyección con mar bravía
sí, tendente a calma.
La mañana, el día pleno,
la tarde con sus sombras alargadas
de mi hacer utópico, insereno,
de mi hacer templado y sesteante,
de mi hacer  maduro, libre y aprendido.
Y dejo siembra de mi ser
en cada senda,
y dejo germen incipiente
que brotará, pujante, en primavera.
Y dejo espacio vertical
que irá del verde al amarillo
del amarillo al cielo azul
que es mi destino y tu destino.
Desiderio Macías

LA CUCAÑA (velada nocturna en el campamento)
Sube que sube que sube,
trepa que trepa que trepa,
baja que baja que baja,
todos van cayendo a tierra.
¡Cómo resbalan las manos...!
Animan los acampados
mientras su hinchas pelean.
El jamón que van buscando,
no lo alcanzarán tan fácil
aunque se froten de arena.
Sube Antolín como un gato,
mientras, envueltos en mantas,
los mandos lo están mirando,
temiendo que, con sus garras,
alcance el jamón dolgado.
Sube que sube que sube,
baja que baja que baja,
las manos se han escurrido
al contacto de la grasa.
Ahora es Roces el que trepa,
pero, aunque mucho lo intenta,
baja que baja que baja
hasta que toca la tierra.
Hay emoción y hay espera.
Un esfuerzo sobrehumano
del acampado Juan Cuevas,
logra alcanzar las salchichas,
pero allí queda el jamón
atado con fuertes cuerdas.
Baja que baja que baja
por tierra está Juan de Cuevas.
La noche estaba estrellada;
la luna estaba esperando
por ver cómo terminaba
y las estrellas brillando
arriba en el Peñalara,
como un acampado más
que espera la última traca.
Baja Roces, sube Cuevas,
pero es Antolín quien toca
con sus dos manos la apuesta.
Suda que suda que suda,
muerde que muerde que mueerde...
"Deja, Antolín, el Jamón
te vas a romper los dientes",
gritaban alguno mandos
temiendo que en un momento
quedasen sin entremeses.
Antolín, muerde que muerde,
cortó la cuerda que ataba
el jamón todo morado
que cae sobre una manta
entre los gritos de escuadras
y el asombro de los mandos.
Baja que baja que baja
Antolín poir la cucaña.
Desiderio

ORACIÓN DE UN CAMPESINO
A PUNTO DE JUBILARSE.
¡Terminar tan pronto en Tí
cuando uno no está hecho...
y llegar tan pronto al fin...!
Espera, Señor, que siegue
que empieza a dorar mi trigo.
Afilaré las hoces
y segaré, segaré contigo
y en mis brazos la gavillas cogeré
e iré hasta Tí
en holocausto eterno,
en ofertorio sin fin.
Con racimos y espigas
andaremos el camino
juntos, como el ciego
y el lazarillo,
perfectamente avenidos.
                     Desiderio.

MI VOCACIÓN
       (para todos  los que me conocen)
Iba yo por mi mundo,
mundo infantil y penoso,
como el río vagabundo
suelto en cascada, presuroso.
Me frenaste en mi camino
desbordándose sin rumbo,
ofreciéndome un destino
fraternal, fecundo,
pero, al mismo tiempo
nebuloso e inconsciente,
mientras me empujaba el viento
en mi hacer adolescente.
Volaba libre de afanes
imitando  a las alondras
que se mecen en el aire.
Con tu garra poderosa
rompiste mi vuelo agreste
mientras, en mi desconcierto,
oí tu voz referente:
solo para mí te quiero.
No fui yo quien te buscó,
pues poco  te conocía.
Fuiste Tú quien me cortó
la vida que  yo vivía.
El porqué  de mi elección
entre tantos, no lo sé.
Después supe que era un don,
regalo de tu querer.
Me recibiste en  tu casa,
me colmaste de favores,
y en este darte sin  tasa
iba yo incubando amores.
Muchos años en tu casa
transformaron mi existencia.
Fui dejando mi carcasa
al ritmo de tu exigencia
sin poder quitarme espinas
mezcladas entre las rosas.
Eran herencia asumida
con el roce de las cosas.
Cosas que no eran las tuyas
porque lo tuyo es belleza.
Pero ¡hay que ver cómo punzan
a través de mi existencia!
Con esa cruz invidente
he seguido tu camino,
a veces alegremente,
a veces triste y cansino.
Un Gólgota irremediable
pondrá el “stop” a mi vida,
mientras una puerta se abre
hacia la luz infinita
donde  vivir es amar,
y conocerte, sentir
que puedo vivir en paz
sin el temor de morir.

           Desiderio Macías.

EL NIÑO Y LA LUNA

La luna se estaba quieta
iluminándolo todo.
La luna se hacía perlas
en al agua del arroyo.
El niño miraba al monte,
el niño miraba al agua;
no entendía aquella noche
partida en lunas de plata.
Luna y agua, agua y luna
tan distintas, tan hermosas:
espejo entero la una,
espejo roto en la otra.

Desiderio Macías.


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LAS CUZAS

Había en mi pueblo dos viejas
Criticonas por demás.
Eran tan cuzas las dos,
Que otra jera no hacían
Que garliar y despotricar.
Siempre estaban pendientes
De lo que hacían los demás
Escuchando tras las puertas
Lo que pudieran pillar.

Para que os hagáis una idea
Ahora paso a relatar
Algunas conversaciones
Que solían entablar:

- ¿Te acuerdas Juana del Guarro?

- Cómo no me iba a acordar
Siempre fue un lurpio, 
Afarfañando sin parar.
Era tan guarro el tío 
Que no se pudo casar.

- ¿Quién lo iba a querer, mujer,
Si no se podía parar
Del cheiro que daba el  marrano
Cuando te venía a hablar.
Una vez que le di baile,
Casi me hace gomitar.

- Ahora que dices del baile,
Bien que te gustaba bailar
Con el langares de Antonio; 
Pero no lu pudistes cazar

- Cómo no me iba a gustar
Con esas piernas tan largas,
¿Te imaginas lo demás?.

- ¡Calla,  mujer, no seas guarra!
Que me voy a arrosiar.

- Ahora que dices  lo de guarra
Me he venido a acordar
De Benita la jarda,
La que siempre iba al pajar
Con el valdrogas ese tan feo
Que la terminó por preñar.

- Y el pobre niño que tuvon
Siempre iba sin lavar
Con hocicales y con mocos
Y la roña hasta el ijar.

-Y aquellos anacos de pan 
Que le daban pa merendar
Untaos con tocino y azúcar
Eran dignos de admirar.

- Pobre chiquillo, ¡qué guto era!.
¿Te acuerdas que iba a robar
El miel de las colmenas
Que había en El Salinar?

- Ya lo creo que me acuerdo.
¡Cómo me se iba a olvidar!
Buenas palizas le dieron
Por esa manía de afanar.

-Yo creo que no era manía
Me quiero más recordar
Que no era culpa del chiquillo
Que lo tuvon que enseñar

- Menudo bicho era el padre
Nunca lo vi trabajar.
Solo pensaba en la siesta,
Apostracarse y zampar;
Llenar bien el drupo
De lo que podía pillar.

- ¡Qué tiempos aquellos Mariana.
Vete tu ahora a reguinzar
Como hacíamos de jóvenes
Por los cimbrios sin parar
Y a agavillar todo el día;
 A segar y a respigar.

- Y,  por el resisterio el sol, 
A trillar y a tornar 
Y a hacer las vencejeras
Pa en la matanza chamuscar
El marranico que nos daba 
Buen chorizo pa curar.

-Pal arrastre estamos Mariana
No se puede remediar.

Jose m Gregorio

Tres cosas hay en mi pueblo
que no las hay en otro lao:
El Piñedo, Las Estudas
y la fuente carroquebrao

Serafín Serrano
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Nota aclaratoria:


El Regato representa uno de los lugares donde los valdeperdiceños se abastecían del agua necesaria para amasar el barro utilizado para hacer los adobes con los que construían parte de sus viviendas.
La Cañada y el Piñedo están en representación de los lugares de los que se extraían las piedras, generalmente de pizarra, utilizadas en la parte baja de las paredes exteriores de las casas.
El Chapazal y la Gadaña representan los lugares de los que se obtenía la tierra arcillosa (barro) para, con ella, paja y agua, hacer tanto los adobes como la masa que servía de elemento de unión de piedras y adobes entre sí.
El Llamero es el lugar donde se encuentra el cementerio, lugar de reposo de los restos mortales de bastantes generaciones de valdeperdiceños, que con su trabajo y esfuerzo levantaron el pueblo e hicieron de él lo que nosotros hemos conocido.
  
                                  A LOS VALDEPERDICEÑOS

              (Romance sencillo para gentes sencillas)

Dicen que no dicen nada
El Regato y el Piñedo,
La Cañada y la Gadaña
El Chapazal y el Llamero.
Eso es lo que dicen muchos,
Y a mí me cuesta creerlo.

Me cuesta, porque me llegan
Las voces que salen de ellos
Por sus aguas, por sus piedras,
Por sus arcillas y muertos,
Y me cuentan muchas cosas
De las gentes de mi pueblo.
  

Y me dicen que ellos saben
Que aquí, ya hace mucho tiempo,
Vivieron gentes sencillas
Que, por lograr su sustento,
Trabajaron duramente
De pastores o cabreros
Y también la tierra ajena
Cultivaron de renteros.

Parece ser que eran pocos,
Que no llegaban ni a ciento.
Y parece que su suerte
La decidía el convento
O un señor de la nobleza
Que era el dueño del terreno,
Que casi siempre imponía
Las condiciones del feudo.

Parece ser que eran pocos,
Que no llegaban ni a ciento.
La población no aumentaba.
Difícil era el empeño,
Pues causaban muchas muertes
La gran falta de alimentos,
Accidentes, malos partos,
Y enfermedades sin cuento,
A las que ellos se enfrentaban
Frente a frente, cuerpo a cuerpo,
Sin defensas naturales,
Sin tener medicamentos.

En no menos de diez siglos
De esa manera vivieron.
Ya llegado el siglo veinte,
A la compra se atrevieron
De gran parte de las tierras
Que “traían” de renteros.


Libres ya de imposiciones
De rentas, tasas y diezmos,
Iniciaron el camino
De un deseado progreso,
Que, aun sin ser tarea fácil,
Poco a poco consiguieron.

La mejoría lograda,
Repercutió en el aumento,
Antes nunca imaginado,
De pobladores del pueblo,
Que ya a mediados del siglo
Llegaba a los cuatrocientos.

Me ha contado la Cañada,
Y lo confirma el Piñedo,
Que  fueron años felices
Para las gentes del pueblo,
Que lo expresaban cantando
En casi cualquier momento.
Se trabajaba , y no poco,
Con ilusión, con anhelo,
Y en todos esos trabajos
“cantares” iban surgiendo,
“para alegrar la jornada”,
“para engañar el esfuerzo”.
Se cantaban “gañanadas”
Al arar en los barbechos
Y se cantaba, segando
Trigo, cebada o centeno,
Y se cantaba en los valles
Y se cantaba en los cerros.
Se cantaba en todas partes
Y casi en cualquier momento.

Pero eso duró bien poco,
Eso nos cuenta el Piñedo,
Porque para tanta gente
Era muy poco el terreno
Y tuvieron que emigrar,
Siguiendo nuevos senderos,
A otros lugares de España
E incluso hacia el extranjero.

Fueron pasando los años
Y, llegado este momento,
Están tristes el Regato,
La Cañada y el Piñedo,
Y con ellos la Gadaña,
El Chapazal y el Llamero.

Contemplan entristecidos
Que las casas que sirvieron
De morada a nuestros padres,
Abuelos y bisabuelos,
Se han quedado abandonadas
Y “se están viniendo al suelo”.

Y nos cuentan el Regato,
La Cañada y el Piñedo,
Y con ellos la Gadaña,
El Chapazal y el Llamero
Que les causa gran tristeza
El ver que se está perdiendo
Lo logrado con sus aguas,
Piedras, arcillas y esfuerzos.

                                       ( Patrocinio Berrocal)
  
                   CANTO  A   VALDEPERDICES

                      Algo del pueblo me tira.
Algo del pueblo me atrapa.
Algo que yo no conozco,
Que ni sé cómo se llama.
Pero que hace que aquí sólo
Me sienta “como en mi casa”.

Yo soy de un pueblo pequeño,
Desprovisto de oro y plata,
Que no tiene antepasados
Que hicieran grandes hazañas,
Que carece de palacios,
De castillos y murallas,
De capiteles y de arcos
Y de casas blasonadas.
Que no tiene grandes selvas,
Ni desiertos, ni montañas,
Ni tampoco grandes mares
Con frescas y blancas playas.

Algo del pueblo me tira.
Algo del pueblo me atrapa.
Algo que yo no conozco,
Que ni sé cómo se llama.
Pero que hace que aquí sólo
Me sienta “como en mi casa”.

Yo soy de un pueblo pequeño
Que no supo usar la espada
Y que escribió sus historias
Con el arado y la azada
Y que sus huestes lanares
Dirigía con cayada,
Que se pasaba en Las Eras
Las vacaciones soñadas,
Que organizaba “excursiones”
                       Por veredas y cañadas
Y que se iba “ a ver los toros”
Al Valle o a la Gadaña.

Algo del pueblo me tira.
Algo del pueblo me atrapa.
Algo que yo no conozco,
Que ni sé cómo se llama.
Pero que hace que aquí sólo
Me sienta “como en mi casa”.

Antes mi pueblo era un pueblo
De gente sencilla y franca,
Dispuesta a prestar ayuda
Siempre que era demandada,
Que armónicamente unida
En casi todo actuaba.
Ahora me duele mi pueblo,
Porque ha dejado olvidada
Aquella buena armonía
De otras épocas pasadas.
Muchos soñamos que un día
Podremos recuperarla.

Algo del pueblo me tira.
Algo del pueblo me atrapa.
Algo que yo no conozco,
Que ni sé cómo se llama.
Pero que hace que aquí sólo
Me sienta “como en mi casa”.

                  (Patrocinio Berrocal) 

Hace ahora once años Patro escribió un libro, por el momento inédito, con el título  “Mis recuerdos de infancia”. En él están recogidas sus vivencias referidas a la década de los años cincuenta del pasado siglo, así como las costumbres y formas de vida de los valdeperdiceños en aquellos años.
Con posterioridad incluyó en el libro la letra de una serie de canciones, compuestas por él, que no tenían otra finalidad que ser un sentido homenaje a las gentes que habían sido los protagonistas, intencionados o no, de aquellas formas de vida.
Del libro se han sacado las letras de algunas de las canciones. Esperamos que sirvan para cumplir con la misión para la que fueron pensadas, así como para despertar en los más jóvenes el interés por saber cosas de la vida pasada de sus padres y abuelos.
    A  LOS  GAÑANES

Nacidos para la tierra
Y con ella confundidos,
Cogidos a la mancera,
Gastaron en gran manera
Su vida los campesinos.

 Sin haber el sol salido,
Con arado, yugo y rejas
Salían de sus hogares,
Para ir a los lugares
De arada, con las parejas.

 Tras pesada caminata
Por caminos pedregosos
A las parcelas llegaban
Y en seguida comenzaban
Un trabajo de colosos.

 La mancera en una mano
Y en la otra la enrejada,
Sobre la “viesa” doblados
Y conduciendo el arado,
Proseguían la jornada.

 El arado abre la tierra
Y los “sucos” quedan hechos.
El campesino se afana
A fin de que en la besana
Los surcos queden derechos.

 En medio de tanto esfuerzo,
Para entretener la arada
Con voz ronca y temblorosa,
Mas sentida y cadenciosa,
Suena alguna “gañanada”:

 “En la raya del monte de Palomares
Tengo a mi amor arando
Con cuatro pares.
Adiós, morena, adiós, adiós...”

Vuelta viene y vuelta va,
Peleando con la grama,
Los terrones “estripando”,
Cardos y mielgas cortando,
Pasan toda la jornada.

 Para reponer las fuerzas,
Al llegar el mediodía
De las alforjas sacaban
O algún niño les llevaba
Escasa comida fría.

  Después de comer, la tarde
De igual modo proseguía.
Andando tras el arado,
Cada vez más agotados,
Ansiaban el fin del día.

 Las horas iban pasando,
Las fuerzas disminuían,
Dolían los pies hinchados
Y algunas veces rozados,
Los brazos se adormecían.

 Cuando ya iba anocheciendo,
Hartos de tanto bregar,
Abandonando la arada,
Dando fin a la jornada,
Regresaban al hogar.

 Pero había algunos días
Que, al llegar a sus moradas,
Se tenían que marchar
A la fragua y reparar
Las rajas ya despuntadas.

 Y todo esto lo hacían
Sin tener jornal seguro,
Con la mirada en el suelo
“y más veces en el cielo”
¡ Ay que ver qué pan más duro!



   A  LOS  SEGADORES

 La cebada amarillea.
Preparaos, segadores,
A soportar la fatiga,
A resistir los “calores”.

 Antas del amanecer,
Marcharéis medio dormidos
Para ir a la faena,
En cuadrillas reunidos.

 La primera luz del alba
Dará inicio a la faena
Que casi no acabará
Hasta cerca de la cena.

 La cebada amarillea.
Id las hoces afilando;
Lías , dediles y albarcas
Asimismo id preparando.

 Con cortas interrupciones,
Iréis cortando las mieses,
Doblados sobre la “estaja”,
Durante casi dos meses.

 Tendréis trabajo continuo,
Con pocas interrupciones
Para comer una “miaja”
O para afilar las hoces.

              La cebada amarillea.
Id preparando las manos,
Piernas, brazos y “riñones”
Para esfuerzos sobrehumanos.

 Haréis un corto descanso
Que llamaréis “de las diez”.
Tras comer pan y cebolla,
Vuelta a la estaja otra vez.

Y, después de la comida,
Tendréis una corta siesta
En improvisado lecho,
Sobre surcos de la tierra.

La cebada amarillea.
Preparaos, segadores,
A soportar la fatiga,
A resistir los “calores”.

 EN   LAS   ERAS

 Ya os podéis alegrar,
Que la siega ha terminado
Y, aunque debéis trabajar,
Lo peor ya se ha pasado.
 Ahora toca celebrar
La “raposa” con agrado.
¡Qué ajetreo os espera
Cuando vayáis a la era!

 Temprano y adormilados,
Os marcharéis a “acarriar”
Y, ya los carros cargados,
Regresaréis al lugar
De la trilla, fatigados.
Después de desayunar,
La parva prepararéis
Y sobre ella trillaréis.

 El trabajo aquí en la era
No será tan esforzado
Como el de la siega era;
Será además más variado:

Con rastro, con tornadera;
Sobre los trillos sentados,
Algunas veces tornando,
Algunas veces limpiando.

 La mayor parte del día
Estaréis acompañados
De una gran algarabía,
De vecinos rodeados,
Contagiados de alegría
Y también esperanzados
En que al fin podréis lograr
Fruto por tanto bregar.

 Ánimos esto dará
A proseguir trabajando
Y así menos costará
Estar trillando o tornando
O menos fastidiará
Estar con “viendo” limpiando.
Y con ilusión se espera
“barrer un día la era”.


 SEMENTERA

Ya pasó el “Ofretorio”. Llega la sementera
Y tenéis que coger otra vez la mancera
Y enterrar la semilla de una nueva ilusión.
En la tierra labrada meteréis la simiente
Que será la esperanza del verano siguiente,
Cuando el fruto granado cortaréis en sazón.

 Preparad la simiente, el arado y las rejas.
Bien temprano a los yugos enganchad las parejas
Y marchad  a las tierras para el trigo sembrar.
Olvidaos ahora de tormentas y heladas,
De sequías o incluso de las hierbas malvadas
Que la ansiada cosecha os podrán malograr.

 Una vez en las tierras, esparcid bien el grano
Que de los “sembradores” sacaréis con las manos
Y, siguiendo los surcos, marcialmente marchad.
Y después con arado id los cerros rompiendo,
Que la tierra movida ya irá el grano cubriendo.
Y después, labradores, esperad y soñad.

 Esperad un otoño con calor suficiente
Y humedad adecuada que haga que la simiente
Nazca con garantías de poder soportar
El exceso de lluvias o las fuertes heladas.
Esperad que las tierras estén poco encharcadas
Y así pueda el arado lo sembrado aricar.

 Esperad que en invierno no llueva demasiado
Y que las malas hierbas no dañen lo sembrado
Y que caiga la helada cuando deba caer.
Esperad la llegada de feraz primavera,
Que no exista sequía y que de esta manera
No se malogre el fruto de este vuestro quehacer.

Y soñad con las mieses por el viento azotadas,
Que semejan a mares, mas de espigas granadas.
Y soñad que algún día os podréis alegrar
Recogiendo los frutos de este grano sembrado,
Que ahora queda en la tierra y por ella guardado.
Ahora sólo os queda esperar y soñar.

          LA VENDIMIA 
            
¡Qué contentos marchan todos,
Camino del bacillar!
Cantando van en los carros,
Dispuestos a vendimiar.

 Acabó la sementera;
Ahora toca vendimiar
Y han de hacerlo muy deprisa
Pues lluvias pueden llegar.

 ¡Qué contentos están todos!
Ya están en el bacillar
Y esperan uvas maduras
Que ellos tienen que cortar.

 Ahora no se acuerda nadie
De aquellos días de marzo
En los que haciendo la poda
Se entumecían los brazos.

 Bien provistos de navajas,
De tijeras o cuchillos,
Doblados sobre las cepas,
Van cortando los racimos.

 Ahora ya nadie se acuerda
De unos niños muy pequeños
Que recogían las vides
Dañando sus tiernos dedos.

 ¡Qué contentos están todos
Viendo llenarse los cestos
De racimos relucientes,
Repletos de “babos” tersos!

 Ahora tampoco se acuerda
Nadie de los arañazos
Que, “entretejiendo las vides”,
Se le hacían en las manos.

 Al acercarse a los carros,
Se desborda la alegría,
Viéndolos llenar de albillo,
De jerez o malvasía.

 Ahora ya nadie se acuerda
De aquellos días de arada,
Acercándose a los “linios”,
Peleando con la grama.

¡Qué contentos ya regresan,
A pesar de estar cansados,
Al final de la jornada
      Con los carros bien cargados!

  Ahora no se acuerda nadie
De días de primavera,
Cuando se iba a “sovacar”
Alrededor de las cepas.

 Ya están pisando las uvas
Dentro de la lagareta.
Las pisan con pies desnudos,
Las mueven con “purridera”.

 Ahora no se acuerda nadie
Cuando en días de verano
Les molestaba el azufre
Que esparcían con las manos.

 ¡Qué contentos están todos,
Viendo el mosto en los cubetos
Que, después de fermentar,
Se cambiará en vino nuevo!


A  LOS  CARROS  DE  LEÑA

Ya están llegando los carros.
Lo ha dicho su traqueteo,
Que va sonando más claro
Conforme se acerca al pueblo.

¡Cómo suena en el silencio
De la noche el traqueteo!

 Y delante de los carros
Andando vienen sus amos,
Dirigiendo las “parejas”
Con la vara o con las manos.

 ¡Cómo se llena el silencio
De traqueteo de carros!

 Ya van llegando los carros.
Lo están diciendo los perros
Que con ladridos avisan
De su entrada por el pueblo.

 ¡Cómo suena en el silencio
De la noche el traqueteo!

  Las mulas vienen soñando
Con el fin de la jornada,
Con el establo caliente,
Con la paja y la cebada.

 ¡Cómo desean las mulas
Dejar ya la cabezada!

 Las vacas vienen soñando,
Ahora que el día termina,
Con el establo caliente,
Con la “postura” de harina.
 ¡Cómo desean las vacas
De las cornales la huida!

 Los hombres vienen soñando,
Ahora que el día se acaba,
Con el calor de la lumbre,
Con la cena y con la cama.

 ¡Cómo desean los hombres
Darle fin a la jornada!

Con ramas de encina o roble
Los carros vienen cargados,
Que vienen a reponer
“cabañales” agotados.

 ¡Cómo perfuman el aire
Los leños recién cortados!

 Ya en el pueblo, los muchachos
Acompañan a los carros,
Pensando en poder hacer
Con las ramas nuevos zancos.

 ¡Cuántas ilusiones forjan
Los chiquillos tras los carros!

 En la paz del pueblo van
Dejando las ramas muertas
Un olor fresco que sale
De la entraña de la tierra.

 ¡Cómo se llena el ambiente
De aromas de leña nueva!

         A  LAS  MUJERES

         ¿Qué es ese bulto tan negro
          Que se ve en la madrugada?
          Es la mujer de mi pueblo
         Que camina con herradas.
 Va a buscar agua a la fuente
Y después hará las camas
Y después hará el almuerzo;
Después barrerá la casa.

Y cuando haya terminado
Esos trabajos “menores”,
En la cesta llevará
Almuerzo a los segadores.

¿Qué es esa cosa tan negra
Sobre la burra montada?
Es la mujer de mi pueblo
Que se va hacia la segada.

Tras almorzar, quedará
En las tierras trabajando
Gran parte de la mañana,
Junto a los hombres segando.

Después hará la comida
Que llevará a la segada
Y segando seguirá
El resto de la jornada.

¿Qué es ese bulto tan negro
Que se ve en mañana helada?
Es una mujer del pueblo
Que camina con herradas.

Va a buscar agua a la fuente
Para echarla a los marranos
Junto a harina de cebada
Que mezclará con sus manos.

Almorzará muy deprisa
Para marchar a lavar
En las aguas casi heladas
Del embalse del lugar.

Tan pronto como termine,
A casa regresará
Y, como el pan se ha acabado,
Una hornada amasará.

¿Qué es esa figura negra
Que sobre artesa se inclina?
Es la mujer de mi pueblo
Que está amasando la harina.

Mientras “despierte” la masa,
Deberá hacer la comida
Y, “pa” calentar el horno,
Lo llenará con hornija.

Una vez sacado el pan,
Continuará la faena
Cosiendo, hilando o tejiendo
O preparando la cena.

Es la mujer de mi pueblo,
Constantemente atareada
Y, por diversos motivos,
Eternamente enlutada.
         EL  NIÑO  DEL  LABRADOR

        Hoy está naciendo un niño

        En casa del labrador.
        Lo reciben con cariño,
        Con esperanza y temor.
Aunque una boca ha venido
Que habrá que intentar llenar,
En un futuro temido
Podrá también ayudar.

Muchas veces le dirán:
“la jera del niño es poca”.
Y después añadirán:
“madre que la pierde es loca”.

Hoy...

Obedeciendo el refrán,
Irá haciendo algunas jeras
Para irse ganando el pan,
“que esas son buenas maneras”.

Poco a poco irá empezando
Y hará trabajos menores,
De los que irá liberando
A las personas mayores.

Hoy...

Comenzará por faenas
Que no exijan mucho esfuerzo
Y así llevará la cena,
La comida o el almuerzo.

Para en la casa ayudar,
“como eso es buena costumbre”,
Paja deberá llevar
Para la hacienda o la lumbre.

Hoy...

Y, si en la casa no hay pozo,
Otro trabajo frecuente
Será, con no mucho gozo,
Traer agua de la fuente.

En la siega, los mayores
Le mandarán respigar,
Siguiendo a los segadores;
O tendrá que agavillar.

Hoy...

En las eras un deber
Frecuente será trillar,
Las orillas recoger
O los carros encalcar.

Con el tiempo aumentarán
Todas sus habilidades.
De igual modo crecerán
Sus responsabilidades.

El niño que está naciendo
Un día podrá llegar,
Todas las riendas cogiendo,
A su padre a relevar.

A  LOS  PASTORES

Una mañana muy fría
Echó al hombro la “morrala”,
Se tapó con capa parda
Y, acompañado del perro,
Se marchó hacia las tenadas.

El día no le gustaba
Porque lluvia amenazaba.

 Lejos debía marchar
Pues el pasto escaseaba
Y, si se quedaba cerca,
Aunque sabía buscar,
Poco o nada allí encontraba.

El día no le gustaba
Porque lluvia amenazaba

 Con las ovejas marchó
En busca de pastizales.
Salió por El Salinar
Y, después de mucho andar,
Llegó casi a Palomares.

El día no le gustaba
Porque lluvia amenazaba

Y cuidando del ganado,
A pesar del mucho viento,
Del frío y de la humedad,
Casi toda la jornada
Pasó con normalidad.

Pero él contento no estaba,
Porque lluvia amenazaba.


También había un motivo
Para estar poco contento:
Dos ovejas daban muestras
Que de ponerse a parir
Había llegado el momento. 

Sólo eso le faltaba
Cuando lluvia amenazaba.

Las dos ovejas parieron
En el lejano lugar
Y los corderos nacidos
Él debía transportar,
De las patitas cogidos.

Sólo eso le faltaba
Cuando lluvia amenazaba.

Y, tal como se temía,
Cuando había ya iniciado
El regreso hacia el hogar,
Un cielo malhumorado
Le comenzó a diluviar.

Ahora si que se cumplían
Los temores que tenía.

Cuando estaba anocheciendo,
Asomó por La Cañada,
En cada mano un cordero,
Calado su cuerpo entero,
Su capa parda empapada.

¡Ay que ver lo que costaba
Lo poquito que ganaba!


            COPLILLAS  A  LA  FUENTE

           ¡Cuántas “sedes” ha quitado
          De nuestro pueblo a la gente!
         ¡Cuántos “chismes” ha escuchado
          De nuestro pueblo la fuente!
 A pesar de que tenía
 Muy poca profundidad,
 Su caudal abastecía
 A toda la vecindad.

Se sacaba de ella el agua
Con diferentes vasijas,
Como cántaros o herradas,
Barriliches o barrilas.

El agua brotaba limpia
Del potente manantial,
Pero después soportaba
Permanente suciedad.

En ella a veces bebían
Los burros, mulas y vacas
Que casi siempre flotando
Dejaban allí las babas.

El “culo” de las vasijas
Mucha gente no limpiaba
Y, al meterlas en la fuente,
Gran suciedad le dejaban.

En paredes laterales
Crecían musgos y algas,
Que después, al desprenderse,
La suciedad aumentaban.

Parte de la suciedad
Hacia el fondo se marchaba,
Pero la que no se hundía
Flotando allí se quedaba.
Por suerte esta suciedad
Que se quedaba flotando
A través del “corredero”
Poco a poco iba marchando.

Muchos años en septiembre
Se procedía a limpiarla
Y para ello los vecinos
Antes debían vaciarla.

Entonces de ella salían,
Además de mucho lodo,
Restos de vasijas rotas
Y casi un poco de todo.

Alrededor de la fuente
Hubo a veces bebederos
Y también algunas veces,
Tres o cuatro lavaderos.

Mucha gente iba a la fuente
A por agua o a lavar,
Y también había muchos
Que iban sólo allí a charlar.

Cuando a la fuente las mozas
Se acercaban a lavar,
Enseguida iban los mozos
Para con ellas “parlar”.

Ahora se encuentra forrada
Con anillos de hormigón.
De ella sacamos el agua
Con un vetusto “chupón”.

¡Cuántas “sedes” ha quitado
De nuestro pueblo a la gente!
¡Cuántos “chismes” ha escuchado
De nuestro pueblo la fuente!


 COPLILLAS   DE   LOS  MENDIGOS

 En los años de posguerra
Casi todos los del pueblo
Vivíamos con apuros
Por la falta de dinero.

Pero había algunas gentes
Que a veces nos visitaban
Que, como a todo hay quien gane,
Mucho peor lo pasaban.

Llegaban a nuestro pueblo
Algunas veces andando;
Otras, subidos en carros;
Pero siempre, mendigando.

Tan pronto como llegaban,
Buscaban algún lugar,
Lo menos malo posible,
Donde poder acampar.

Cuando hacía mucho frío
O cuando estaba lloviendo,
Se metían en “cocheras”
Que dejaban los del pueblo.

Pero , si hacía buen tiempo,
Preferían acampar
En un lugar del Piñedo
O bien en El Chapazal.

De todos estos mendigos
Algunos se dedicaban
A hacer algunos trabajos;
Otros sólo mendigaban.

Después de haber acampado,
Los que algún trabajo hacían,
Voceando por las calles,
Sus servicios ofrecían.

Pero la gran mayoría
De puerta en puerta marchaba
Solicitando limosna,
Que casi siempre lograban.

“Ave María purísima”
-Decían mientras llamaban-.
Pedían la “limosnica”
Y anhelantes esperaban.

Decían : “Dios se lo pague”,
Si la limosna le daban
Y, repitiendo la escena,
A otras puertas se marchaban.

Pasados dos o tres días,
Si “la guardia” importunaba
O si “no daba” la gente,
A otro pueblo se marchaban.


 ROMANCE  DE  LOS  MENDIGOS

Es la hora de la siesta 
De un día primaveral.
Voy caminando deprisa,
Pues la clase va a empezar.
Procedente de La Peña
De la comida llevar
Y después de haber comido,
Vengo por El Salinar.

Cuando voy llegando al pueblo,
Entro por El Chapazal
Y veo que está ocupado
Por gentes que pena dan.
Son miembros de una familia
Que, aunque suelen trabajar,
Eso no le es suficiente
Y tienen que mendigar.
En la raída pradera,
En medio del Chapazal,
La familia está acampada;
Ahora pueden descansar.
Han pasado malos días
Sin dejar de caminar,
Huyendo de los “civiles”,
Yendo de acá para allá.
Un carromato con toldo
Compone todo su hogar;
Andrajos que llevan puestos
Son casi todo su ajuar.
Un perro medio sarnoso,
Que casi duele mirar,
Al lado del carromato
Las pulgas quitando está.
    No muy lejos, un caballo
Al que se ve el costillar
Con sus dentales cuchillas
La hierba intenta raspar.

Dos niños casi desnudos
La lumbre atizando están.
Un humo blanco y espeso
Va ascendiendo en vertical.

Los mayores, bajo el carro
O al lado de  un cabañal,
Duermen sueños de esperanzas
Representados en pan.
Tan pronto como despierten,
Por las calles marcharán;
Unos a ofrecer servicios;
Otros, sólo a mendigar.

 De los dos chiquillos uno,
Cuando llego yo al lugar,
Al ver que yo llevo cesta,
Me pide por caridad
Un poquito de comida,
Para el hambre mitigar.
Mas la cesta está vacía,
Sin un mendrugo de pan.

 Es la hora de la siesta
De un día primaveral;
Con el corazón herido
Me alejo del Chapazal.

          A  UN  NIÑO

          En lo más alto de un cielo
          Sin nubes,  Redonda y blanca,
           La luna observa la escena
          Y la ilumina, callada.

         Todo lo invade el silencio

         De una muda madrugada.
        Son las cuatro,
         Las cuatro de la mañana.


Un niño de cuatro abriles,


Tapado con capa parda,


Camina, medio dormido,


Siguiendo el andar cansino


De una pareja de vacas.





¡Cómo va pesando todo


en su cuerpo y en su alma!


Le pesa el sueño en los ojos.


Le pesa la capa parda.


Le pesa el miedo callado.


Le pesan los pies cansados


Y hasta pesan las “albarcas”.





Va por camino de tierra


A ayudar en la labranza.


Métele el miedo en el cuerpo


La soledad con que avanza.





Si al menos cantara un grillo...


O si croase una rana...


Si algún ruiseñor cantase...


Si volase un chotacabras...


Pero no; todo es silencio,


Soledad y luna blanca.


El niño camina solo,


Con su miedo y con sus vacas.








A UNA NIÑA





Es día de nochebuena.


La niña lavando está


En las aguas congeladas


Del embalse del lugar


Para tener ropa limpia


El día de Navidad.





Se levantó bien temprano


Y se fue hasta el cabañal


A recoger unos “porros”.


Después se fue hacia el pajar


A coger paja que ayude


A la lumbre preparar.





Apoyada en sopas de ajo,


Y en buena conformidad,


Llevó en manos y cabeza:


La ropa para lavar,


La banquilla, el lavadero

Y de jabón un “panal”.



Por el camino temía

Del agua la frialdad,

Pero no se imaginaba

Que la helada fuese tal

Que hubo de partir el hielo

Para poder comenzar.



Es día de Nochebuena.

La niña lavando está.

¡Qué rojas tiene las manos!

La niña lavando está.

¡Cómo le duelen los dedos!

La niña lavando está.



Para olvidarse del frío,

Piensa en un caliente hogar,

Donde, como es Nochebuena,

Buen asado cenará,

También habrá villancicos,

Habrá turrón y champán.



Pero el dolor en sus manos

Recuerda, para su mal,

Que en su casa hay poca lumbre,

Que en su casa no hay champán,

Ni se cantan villancicos

Ni habrá una cena especial.



Para olvidarse del frío,

Se aventura a imaginar

Que pronto llegan los Reyes,

Que juguetes traerán

Con que pasar divertidas

Las horas de ociosidad.



Pero el dolor en sus manos
Recuerda, para su mal,
Que nunca tuvo juguetes
Con los que poder jugar,
Que los Reyes nunca pasan
Por este humilde lugar.

Es día de nochebuena.
La niña lavando está
En las aguas congeladas
Del embalse del lugar
Para tener ropa limpia
El día de Navidad.


LOS NIÑOS Y LA ESCUELA

Las chimeneas humean
En una fría mañana
En la que se han hermanado
El viento norte y la escarcha.
Las gente van muy deprisa
Por las calles embarradas.
Se defienden como pueden
Del frío de la invernada:
Las mujeres con toquillas,
Los hombres, con capas pardas;
Las mujeres con manteos
Y con refajos de lana;
Los hombres con pantalones
Y con chaquetas de pana.

Una niña ya ha cerrado
El postigo de su casa.
Ahora camina a la escuela.
Lleva en la mano una lata.
Dentro de ella, entre cenizas,
Se ocultan algunas brasas.
Con ellas piensa la niña
Pasar mejor la mañana;
Aunque no mucho será,
Porque bien pronto se apagan.

Poca ropa la protege:
Jersey y falda de lana,
Esquilada a sus ovejas
La primavera pasada,
Y que habrá hilado y tejido
Su madre en largas veladas,
Muy cerquita de la lumbre
O tal vez en las solanas.
Completan el vestuario
Descoloridas sandalias
Y unos calcetines largos,
Lógicamente de lana.
Buena parte de sus piernas
Desprotegida se halla,
Lo que hace que su piel sea
Entre rojiza y morada;
Incluso en algunas zonas
Muestra llamativas cabras.
Las manos y las orejas
Aparecen sonrosadas,
Con algunos sabañones
Que gran escozor le causan.

Ahora se le acerca un niño,
Que enseguida la adelanta.
Va subido en unos zancos
Que con azuela y con hacha
Él mismo se ha fabricado,
Mostrando destreza y maña.
Va también hacia la escuela
Y también lleva su lata.
Calcetines y jersey
Son de parecida lana.
Lleva pantalones cortos
De una durísima pana.
Por calzado lleva cholas,
Abajo, dura madera;
Arriba, dura badana.
Orejas, piernas y manos
Presentan la misma estampa
Que las de su compañera,
La diferencia salvada
De que tiene las rodillas
Llenas de costras, formadas
Sobre las heridas hechas
En caídas motivadas
Por frenéticas carreras
En las calles embarradas.

Así en la escuela estarán,
En las altísimas aulas,
Con enormes cristaleras
Desprovistas de persianas,
La mayor parte del día,
Tres horas por la mañana
Y otras dos más por la tarde,
Seis días cada semana;
Sin otra calefacción
Que esas miserables brasas,
Ocultas en las cenizas,
En la raquítica lata.


EL BURRO PERESQUE

El burro Peresque
Tiene tantos años...
Una larga vida
De duros trabajos:
A veces, al lomo
Costales llevando
O, enganchado al yugo,
Tirando del carro,
Transportando cosas,
Trillando o arando.

Pero ya está viejo,
Viejo y agotado.
Ya nada le mandan
Y “ejerce de vago”.

Ahora está en un lecho
De pajas tumbado;
Descansa durmiendo,
Soñando y soñando.

En el sueño es joven,
Un joven gallardo
Que corre y que corre,
Levantando el rabo,
Las crines al viento,
Feliz rebuznando.
Enamora burras,
Come en fértil prado,
Olisquea flores,
Chapotea charcos...

Lo saca del sueño
La voz de su amo
Que, en bromas, le dice:
Levántate, vago;
Que te espera el yugo,
Que te espera el carro.

Mueve el belfo el burro,
Se sonríe el amo.
El amo y el burro,
El burro y el amo.
¡Cuánto se han querido,
Cuánto se han odiado!

Junto a las caricias
Hubo algunos palos,
Coces y derribos,
También cabezazos.

El amo se marcha,
Se marcha pensando
Que el burro ya tiene
Los días contados.

El burro se queda,
Se queda tumbado
En lecho de pajas,
Pensando y pensando.

Piensa que no debe
Seguir enganchado
A esta triste vida.
Y está avergonzado
De ser una carga
Grande para el amo.
-¿ Por qué no me mata,
Si ya no le valgo?
¿Por qué no me libra
De este amargo trago,
De este vivir triste,
Si estoy acabado?

El burro no sabe
Que también al amo
Le duele en el alma
Lo que está pasando.
Le apena que el burro
Sufra tanto y tanto;
Mas también le apena
Tener que matarlo.

El burro no sabe
Que, una vez llegado
El nefasto día
Que decida el amo
De acabar su vida,
No podrá evitarlo;
Y ,después del golpe,
Se apartará a un lado,
Para que no vean
Que se ha emocionado,
Para que no vean
Que por sus mejillas
Dos trémulas gotas
Le bajan rodando.

El burro no sabe
Que el hijo pequeño,
De los tres del amo,
Será fiel testigo
Y podrá contarlo.


CAMPESINO ZAMORANO


Campesino de mi tierra,
Campesino zamorano,
¿Con qué metal te fundieron?
¿ De qué barro te amasaron?.
Has pasado los noventa
Y sólo estás esperando
Que Dios se acuerde de ti
Y que te lleve a su lado.
Algunas veces preguntas
Si te tienes bien ganado
Un lugar en la otra vida...
Campesino zamorano,
Puedes estar muy tranquilo,
Que lo has ganado de largo.
Puestos a pagar peajes,
¡Ay que ver lo que has pagado!
Comenzaste en la niñez
A tus padres ayudando,
Unas veces en la casa,
Otras veces en el campo,
Soportando los rigores
De este cielo castellano
Que nos congela en invierno
Y nos abrasa en verano.
Te salían sabañones
Por estar mal abrigado;
Sabañones en orejas
Y también en pies y manos.

Siendo muy joven te fuiste,
Mejor dicho, te llevaron
A una guerra fratricida
Que otros habían causado,
Por unas u otras razones,
Los de uno y los de otro bando.

Allí pasaste de todo,
Pero de todo lo malo:
Frío, calor, hambre, miedo,
Durante más de tres años.
Al terminar, tú creías
Que lo que habías pasado
Fue por defender tu patria
De unos enemigos malos.
A ti siempre te dijeron
Que tú estabas peleando
Por importantes razones,
Como estar de Dios al lado,
Que aunque lo pasaras mal,
Eso servía para algo.
Y ahora dicen que estuviste
En el lado de los malos
Y te tachan de fascista
Que debes ser despreciado.

Al regresar de la guerra,
Tuviste que “dar el callo”,
Trabajando duramente,
Puesto que era necesario
Reconstruir el país
Que quedó tan destrozado.
Trabajaste día a día,
De sol a sol, todo el año,
En las más duras tareas
Que necesitaba el campo.
Así y todo, en un principio,
De este modo trabajando,
Ni siquiera conseguías
Obtener lo necesario.
Conociste las requisas
Y alimentos racionados.
Y conociste chanchullos
De estraperlo y contrabando.

Entretanto una familia
Numerosa ibas formando
Y las cosas, poco a poco,
Terminaron mejorando.

Y fue transcurriendo el tiempo.
Y, ya pasados los años,
Cuando a ti te parecía
Que estaba todo arreglado,
Pues veías a tus hijos
Crecidos, fuertes y sanos,
Cambiaron tanto las cosas
En las faenas del campo,
Que tuvieron que emigrar
En busca de algún trabajo
A las tierras vascongadas,
Que ahora llaman País Vasco.
Al principio mantuviste
La esperanza, confiando
Que tus hijos regresaran
Alguna vez a tu lado.

Pero esta bendita tierra
Tiene tan pocos reclamos,
Que en las tierras donde fueron
Para siempre se quedaron.

Tú te quedaste en el pueblo
Con tu ganado y tus campos,
Sin atreverte a adoptar
Nuevas formas de trabajo,
Que lo hicieran soportable,
Al estar mecanizado.
Y seguiste como siempre,
Segando, arando, sembrando,
Con las mulas o las vacas,
Con el arado y el carro.

Todo este tiempo has vivido
Únicamente esperando
Que pasen pronto los meses
Para que llegue el verano
Y así regresen los hijos
Unos días y abrazarlos,
Tal vez por última vez,
Pues tú ya estás preparado
Para dejar este mundo
Y sólo estás esperando
Que Dios se acuerde de ti
Y que te lleve a su lado.

Campesino de mi tierra,
Yo me siento muy honrado
Al dedicarte estos versos
Sentidos y emocionados,
A la vez que te pregunto,
Campesino zamorano:
¿Con qué metal te fundieron?
¿De qué barro te amasaron?
Patro  Berrocal



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